Sesostris y Wacko

A finales de marzo de 1941, siete barcos mercantes, seis italianos y uno alemán llamado Sesostris, que llevaban casi dos años refugiados en Puerto Cabello, fueron incendiados por sus propias tripulaciones. Estos barcos pertenecían a países del Eje y habían buscado asilo en Venezuela por su neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial, tras ser acosados por fuerzas aliadas en el Caribe . La medida desesperada respondió a la orden del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt de incautar todas las embarcaciones enemigas en puertos americanos. Para evitar que cayeran en manos aliadas, los capitanes siguieron instrucciones de sus gobiernos: sabotearon las naves prendiéndoles fuego la noche del 31 de marzo, iluminando el cielo de Puerto Cabello con llamas visibles para sus atónitos habitantes .

La población local, que había acogido a los marineros como huéspedes durante su estadía, incluso compartiendo con ellos celebraciones como la Navidad de 1940 en el Club Alemán, reaccionó con indignación al ver peligrar el puerto que les dio refugio. Solo la intervención rápida de autoridades y bomberos evitó una catástrofe mayor: el barco italiano Bacicin Padre, cargado con 8.000 toneladas de petróleo, no fue incendiado . Tras el suceso, unos 300 marineros y oficiales fueron capturados y condenados a prisión en Venezuela, aunque muchos, como el capitán alemán Karl Ueding del Sesostris o el italiano Amleto Rovelli, terminaron radicándose en el país y formando familias .

De los siete barcos, cinco fueron reflotados y vendidos a Estados Unidos o Argentina. Pero el Sesostris (alemán) y el Wacko (italiano), demasiado dañados, fueron remolcados por orden del presidente Isaías Medina Angarita hasta Isla Larga, donde se hundieron definitivamente . Hoy, 84 años después, sus restos son parte del Parque Nacional San Esteban: el Wacko asoma parcialmente en aguas poco profundas con su popa oxidada, mientras el Sesostris yace sumergido por completo, convertido en un arrecife artificial habitado por caballitos de mar, peces loro y corales. Ambos atraen a buzos de todo el mundo, testigos silenciosos de un episodio donde la guerra, la lealtad y la hospitalidad tejieron una historia única en las costas de Venezuela.