En los vibrantes años 50 de Caracas, cuando la ciudad bullía con el optimismo de una Venezuela en crecimiento, una arepa nació para convertirse en leyenda. Todo comenzó en un modesto local de Sabana Grande llamado «Los Hermanos Álvarez», donde una familia trujillana liderada por la matriarca María de los Santos y sus hijos servía arepas rellenas que ya eran famosas entre personajes como Aquiles Nazoa y Alfredo Sadel . Pero 1955 marcó un giro del destino: Susana Duijm, una joven de ojos cafés y porte regio, hizo historia al convertirse en la primera venezolana y latinoamericana en ganar el título de Miss Mundo .
Los Álvarez, inspirados por el triunfo de Susana, decidieron homenajearla de la manera más criolla posible: creando una arepa digna de una reina. Vistieron a una sobrina de 12 años como una mini soberana y la sentaron en un altar improvisado en su local. La escena llamó la atención de un curioso transeúnte que, al preguntar por la niña, recibió una respuesta inesperada: «Es un tributo a nuestra Miss Mundo». Para sorpresa de todos, el hombre era Abraham Duijm, padre de Susana, quien prometió llevarla al lugar .
Y así fue. Una noche de viernes, la mismísima Susana llegó al local, radiante como su corona. María de los Santos le presentó una creación especial: una arepa crujiente rellena de pollo desmechado, aguacate cremoso y mayonesa, con un toque de petit pois. «Esta es ‘La Reina’, como usted», le dijo Heriberto Álvarez al entregársela . Pero faltaba el toque final. En aquella época, a las mujeres de curvas voluptuosas y belleza impactante se les llamaba cariñosamente «pepiadas». Susana, con su elegancia y figura, encarnaba el término a la perfección. Así, la arepa adoptó el apellido que la inmortalizaría: Reina Pepiada .
La fama del platillo creció como la espuma, ayudada por clientes ilustres como Renny Ottolina y Billo Frómeta, y pronto se convirtió en un símbolo nacional. Incluso en medio de anécdotas jocosas como la creación de una «arepa prohibitiva» de caviar a 27 bolívares para hacer parecer barata a la Reina, su legado perduró . Hoy, cada vez que un venezolano muerde una Reina Pepiada, no solo saborea la mezcla perfecta de pollo y aguacate, sino también un pedazo de historia: el orgullo de una mujer que conquistó el mundo y la creatividad de una familia que supo capturar ese momento en un plato que trasciende fronteras .